Si desveláramos la respuesta a la pregunta en la primera línea estaríamos haciendo spoiler, así que conozcamos un poco mejor la trama de esta historia.
La palabra biorritmo significa, simplemente, ritmo biológico, por lo que, en principio, es un término de lo más correcto. Sin embargo, es una palabra que los cronobiólogos procuramos no utilizar.
La razón es muy sencilla: al consultar la Wikipedia, encontramos que los biorritmos pretenden predecir diversos aspectos de la vida de un individuo utilizando ciclos matemáticos sencillos. Se supone que estos ciclos dependen del momento del nacimiento y siguen ondas sinusoidales con un periodo de 23 días para el aspecto físico, 28 para el emocional y 33 para el intelectual. Esta creencia seudocientífica se popularizó en los años 70.
Dado su parecido con la cronobiología, que se centra en el estudio de los ritmos biológicos, los términos tendían a confundirse. Es más, en muchos casos se apelaba a la cronobiología para dar validez a la biorrítmica. Pero lo cierto es que la biorrítmica no tiene ninguna base científica y se considera una seudociencia que, de alguna forma, ha contaminado la percepción social de la Cronobiología.
Pero no tienen nada que ver. La cronobiología es una apasionante (y rigurosa) disciplina científica que explica los ritmos estacionales de reproducción de las especies, la existencia de animales nocturnos y diurnos, por qué sube la fiebre por la tarde, por qué es más probable sufrir un episodio cardiovascular por la mañana o uno de asma por la noche, y un sinfín de cosas más que nos afectan directamente.
La vida se ha desarrollado en un ambiente cíclico impuesto por la puntual llegada del día y la noche, así como de las estaciones. Prever estos eventos regulares ha permitido a los organismos ajustar su fisiología de forma predictiva, anticiparse y prepararse “con tiempo” para la reproducción, para el ayuno nocturno, para la migración, etc.
Esa medida del tiempo depende de la existencia de un reloj biológico, que en el caso de los mamíferos se encuentra en el cerebro, concretamente en un área del hipotálamo llamada núcleo supraquiasmático. Pero, además de este reloj principal, existen osciladores en prácticamente todos los órganos y tejidos del cuerpo. Juntos conforman el sistema circadiano.
A ello hay que sumar un reloj molecular, cuya descripción detallada les valió a Jeffrey C. Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young el premio Nobel de Fisiología y Medicina de 2017. Por fin, este premio puso a la cronobiología en el mapa. Desde entonces la dimensión temporal forma parte de las investigaciones más punteras en múltiples campos. Aunque sigue sin estudiarse en los libros de texto, como en cambio sí ocurre con el sistema cardiovascular, el respiratorio o el digestivo.
El reloj biológico transmite una señal temporal al resto del organismo a través de una hormona, la melatonina, cuya concentración aumenta por la noche en todas las especies, tanto diurnas como nocturnas.
Gracias a esta hormona, las diferentes variables fisiológicas presentan ritmos con un periodo cercano a las 24 horas, y por tanto circadianos, que significa cercanos al día.
Básicamente, el reloj principal, el núcleo supraquiasmático (o mejor los núcleos, ya que es una estructura anatómica par), actúa como un director de orquesta cuya batuta es la melatonina. Esta batuta se encarga de que cada uno de los instrumentos de la orquesta, es decir, nuestras variables fisiológicas, entren en el momento apropiado para crear la melodía que mantiene el orden temporal de nuestro organismo y, con ello, nuestra salud y bienestar.
Como curiosidad, la melatonina es un cronobiótico, lo que quiere decir que ajusta la hora que marca nuestro reloj y nos prepara para la noche. Por eso aumenta la temperatura corporal de un animal nocturno mientras que disminuye la de un animal diurno.
Los ritmos circadianos no son los únicos ritmos biológicos que existen. En realidad, los ritmos se clasifican en función del número de oscilaciones completas que se producen en un día. Si hay más de una, hablaremos de ritmos ultradianos (por ejemplo, la respiración, los ritmos de alimentación de un recién nacido o la alternancia de las fases del sueño). Y si el ciclo dura más de 24 horas hablaremos de ritmos infradianos, como en el caso del ciclo menstrual.
Aunque lo cierto es que se puede complicar un poco más, ya que también existen ritmos circanuales o estacionales, circamareales, circalunares (que también es el caso del ciclo menstrual) o incluso circaseptanos, según si el ritmo se aproxima al año, a las mareas, al ciclo lunar o a una semana, respectivamente. ¡Y ojo, los ritmos tienen carácter endógeno! Eso significa que seguirían existiendo aunque el factor ambiental que los reajusta en el tiempo fuera constante.
Pero sea como fuere, siempre hablamos de ritmos biológicos y no de biorritmos. Es una verdadera pena que una hermosa palabra tan fácil de entender se haya visto empañada por el uso que de ella ha hecho una seudociencia.
Es el momento de reivindicar su lugar en la disciplina científica a la que pertenece por derecho propio, y que sean las pseudociencias las que se desvanezcan. La forma de conseguirlo es precisamente ésta, que usted lector, conozca un poco mejor qué es la cronobiología y lo que esta ciencia puede aportar a nuestro día a día.
María de los Ángeles Rol de Lama, Catedrática de Universidad. Codirectora del Laboratorio de Cronobiología. IMIB-Arrixaca. CIBERFES., Universidad de Murcia
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
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