El mercurio es un metal tóxico que puede llegar al medio ambiente desde fuentes naturales, pero en las últimas décadas se han disparado sus concentraciones en zonas marinas y terrestres por los vertidos industriales. En la cadena alimentaria se presenta diluido en forma orgánica, como metilmercurio (MeHg+), o inorgánica, como el catión Hg2+.
Ahora, investigadores de la Universidad de Burgos han fabricado un polímero fluorescente, llamado JG25, capaz de detectar la presencia de esas dos formas de mercurio en muestras de pescado. El avance lo publican en la revista Chemical Communications.
“El polímero contacta con muestras extraídas directamente de pescado durante unos 20 minutos y, tras ser irradiado con luz ultravioleta, emite una luz azulada cuya intensidad es proporcional a la cantidad de metilmercurio y mercurio inorgánico presente en los peces”, explica Tomás Torroba, el autor principal.
La técnica se aplicó, mediante una sonda polimérica portátil que se puede usar in situ, en muestras de 2 gramos extraídas de diversas especies. La relación cuantitativa entre los niveles de mercurio en el pez y el incremento de la fluorescencia se verificó con un análisis químico (denominado ICP-Mass).
Los resultados revelan que los peces más grandes tienen cantidades más elevadas de mercurio: entre 1,0 y 2,0 partes por millón en pez espada, el atún y cazón; alrededor de 0,5 ppm en congrio y 0,2 ppm en panga. En el salmón de piscifactoría no se encontró esta sustancia nociva, ya que, aunque son pescados de gran tamaño y en la parte superior de la cadena trófica, en cautividad no hay presencia del metal.
La cantidad de mercurio del pescado y lo que coma una persona determinan su toxicidad. La Autoridad Europea para la Seguridad de los Alimentos (EFSA) recomienda que la ingesta semanal tolerable de metilmercurio sea de no más de una ración que contenga cantidades superiores a 1,6 µg/kg (microgramos por kilo de pescado), y de 4 µg/kg para el caso del mercurio inorgánico, cantidad superior a lo detectado.
Aunque la tendencia actual es bajar este límite. Por ejemplo, la agencia FDA de seguridad alimentaria de los Estados Unidos, va más allá y recomienda no consumir más de una ración de pescado por semana que contenga concentraciones superiores a 1 µg/kg, lo cual es una tendencia a seguir en el resto de países.
“Se considera que por encima de 0,5 ppm la contaminación en un alimento ya es considerable”, explica Torroba. "Esa cantidad es superada e incluso duplicada por varias de las muestras analizadas de atún fresco y pez espada. De ahí que los expertos aconsejen a las embarazadas reducir el consumo semanal de ciertos tipos de pescado, como el pez espada, por el riesgo que podría suponer para el feto".
Mercurio en embarazadas
En este contexto, un estudio liderado por investigadores de la Fundación para el Fomento de la Investigación Sanitaria y Biomédica de la Comunidad Valenciana (FISABIO) y el CIBERESP, revela que existe una asociación entre la exposición prenatal al mercurio y una disminución en el tamaño de la placenta y del crecimiento fetal.
En el marco del proyecto de cohortes materno-infantil INMA (Infancia y Medio Ambiente), el objetivo del estudio fue evaluar esa asociación a partir de los datos de 1.869 recién nacidos en diferentes regiones españolas (Valencia, Sabadell, Asturias y Guipúzcoa).
Es uno de los estudios más amplios realizados hasta la fecha, en el que se determinaron los niveles de mercurio en muestras de sangre de cordón umbilical y se consideraron diferentes efectos reproductivos: medidas de desarrollo fetal (peso, talla y perímetro cefálico al nacer), peso de la placenta, duración del embarazo y riesgo de parto prematuro.
Los resultados, publicados en la revista Environmental Research, muestran una concentración promedio de mercurio en sangre de cordón relativamente elevada (8,2 microgramos por litro), un 24% por encima del equivalente al nivel límite de ingesta recomendado por la OMS.
“La duplicación de esos niveles de exposición al metal tóxico se asocia con una reducción de 7,7 gramos en el peso de la placenta, mostrando además un patrón de asociación negativa con el perímetro cefálico del recién nacido”, explican los coautores del trabajo, Mario Murcia, investigador del CIBERESP del grupo que lidera Jordi Sunyer, y Ferrán Ballester, “aunque para otros parámetros, como la duración del embarazo, no se ha encontrado ninguna relación”.
Los resultados del proyecto INMA sugieren que la exposición prenatal a mercurio puede, por tanto, estar afectando al desarrollo placentario y el crecimiento fetal. Aunque la magnitud de los efectos estimados es pequeña, un peso placentario reducido se ha relacionado con el riesgo de padecer hipertensión en la vida adulta. Por su parte, el perímetro cefálico se ha asociado con el subsiguiente desarrollo cognitivo.
Aunque ya se hayan comenzado a tomar medidas alimentarias preventivas y de vigilancia, dados los efectos saludables que también tiene el consumo de pescado, los investigadores demandan que los esfuerzos en salud pública se encaminen a reducir las emisiones de mercurio al medio ambiente.
Referencias bibliográficas:
José García-Calvo, Saúl Vallejos, Félix C. García, Josefa Rojo, José M. García, Tomás Torroba. “A smart material for the in situ detection of mercury in fish”. Chemical Communications 52, 11915, 2016.
Mario Murcia, Ferran Ballester, Ashley Michel Enning, Carmen Iñiguez, Damaskini Valvi, Mikel Basterrechea, Marisa Rebagliato, Jesús Vioque, Maite Maruri, Adonina Tardon, Isolina Riaño-Galán, Martine Vrijheid, Sabrina Llop. “Prenatal mercury exposure and birth outcomes”. Environmental Research 151: 11–20, 2016.